EL PAPEL NO HA MUERTO (TRES)
LA VALENCIA DE LOS
BORJA: ORO, SANGRE Y TINTA
Mi padre nació en La Torre de Canals, el mismo lugar donde
nació Calixto III, el primer Papa Borja. Cuando era pequeño recuerdo jugar en
una plaza donde había un torreón decrépito. Mi padre me contaba que allí había
nacido un Papa y a mí no me entraba en la cabeza. ¿Los Papas no son de Roma?
¿Los Papas vivían en torres? La torre del papa Calixto, que aún está en pie y
ha sido reformada, es un torreón militar. En su momento, pese a su decadencia,
conservaba el aspecto defensivo que debe tener un edificio de esas
características. El niño que era yo, sin poder expresarlo adecuadamente,
percibía una especie de incongruencia entre lo que me contaba mi padre y lo que
veían mis ojos. Vivir en una torre no debía ser muy agradable. Era alta y
estrecha. Aquella construcción provocaba
en mi mente escenas bélicas, guerreros con armadura, soldados al asalto con
catapultas, duelos a espada y a caballo, en fin, que aquel me parecía un lugar
muy poco adecuado para un Papa. Después averigüé que aquella torre no era sino el
origen y, posteriormente, una parte de un palacio que pertenecía a la
familia Borja. En aquel momento, cuando nace Calixto III, la aldea de La Torre,
lindante con Canals, no pertenecía a Canals, ni a Xàtiva (que la compró en
1506), aunque estaba dentro de la jurisdicción de esa ciudad, y aquel palacio
(del que sólo queda en pie la torre) era una de las propiedades que la familia Borja
tenía por los alrededores. De modo que el papa Calixto III nació allí como
podía haber nacido en la ciudad de Játiva, donde de hecho fue bautizado y donde
estaba la casa principal de la familia.
En aquel momento, esto es en 1378, la familia Borja era una
familia de lo que podríamos llamar pequeña nobleza rural. Una familia que
gozaba de muy buena posición económica pero que no sobresalía en absoluto
respecto a las demás familias nobles valencianas, aragonesas o castellanas.
Nada parecía indicar que en sólo dos generaciones, los Borja iban a convertirse
en una de las familias más poderosas de la Europa renacentista.
¿Qué queda de los Borja en Valencia? Empezaremos en Játiva,
en aquel momento una de las ciudades más importantes del reino. Si ustedes son
de los que quieren estar bien informados pueden optar por una ruta guiada por
la Játiva de los Borja. Visitarán, entre otros edificios históricos, la Casa Natalicia de Alejandro VI (el segundo Papa Borja), la Colegiata de
Nuestra Señora de la Seo, el Palau de l'Ardiaca o la Iglesia de Sant Francesc.
Si en cambio son de los que gustan de ir por libre, dejen el coche y adéntrense
en el casco histórico, y limítense a seguir las señales indicativas, sin prisa,
disfrutando de cada recodo del camino. Casi todo lo que van a ver guarda
relación de un modo u otro con los Borja. La Játiva renacentista no se puede
entender sin el dinero, el poder y la cultura de los Borja. De la misma forma,
la valencia renacentista o incluso la Castilla renacentista no se puede
entender sin los Borja, que en sus constantes viajes desde Italia a la
península siempre traían consigo algún pintor o humanista italiano, propiciando
de este modo la renovación de la cultura y el arte español. En uno de sus barcos también volvieron los
pintores Fernando de Llanos y Fernando Yañez de la Almedina, después de pasar
varios años formándose como discípulos de Leonardo.
Lo único que se libra de la influencia de los Borja en
Játiva es su castillo, que ya existía en los tiempos en que Aníbal se paseaba
por la península sometiendo a las tribus íberas y, de paso, preparando su
marcha hacia Roma. El castillo de Játiva ha dominado la ciudad desde siempre,
pues es anterior a ella. Ha sufrido muchas destrucciones y también muchas
reformas caprichosas (fue propiedad privada de un industrial de la ciudad, que
lo usaba como finca de recreo), pero bien merece una visita. No tanto por los
vestigios históricos (que quedan pocos) como por la espléndida vista que se
divisa desde él. Además, si bien está en una cima escarpada, su ascenso es
fácil, pues, además de en coche particular, se puede ascender en uno de esos
trenecitos turísticos que tanto gustan a los niños. Si usted viaja con su
familia, esta opción es la más cómoda y divertida.
Y si está pensando en dormir en Játiva, en las faldas del
castillo y en la parte vieja de la ciudad encontrará casas rurales y hoteles
rurales para todos los bolsillos. Algunos verdaderamente espectaculares, otros
más modestos, pero todos muy acogedores. Ahora bien, si usted es enemigo de las
multitudes, absténgase de visitarla del 15 al 20 de agosto, pues se celebra una
importante feria comercial, la “Fira” de Játiva, que data de un privilegio
concedido por Jaime I en 1250. Por el contrario, si lo que quiere es animación
y buen ambiente, ese es su momento. Durante siglos la “Fira” ha sido un
irresistible foco de atracción para los pueblos vecinos y en la actualidad a
estos visitantes se suman ingentes grupos de turistas llegados de todas partes.
Después de Játiva la siguiente escala en la ruta de los
Borja es Simat de la Valldigna, un pequeño pueblo cercano a Gandía donde se
encontraba uno de los monasterios más ricos de toda la Corona de Aragón, el
monasterio de Santa María de la Valldigna.
Allí, entre los restos que aún quedan, pueden verse varios escudos de la
familia Borja en la Sala Capitular, pues tanto Rodrigo de Borja, futuro Papa
Alejandro VI, como su hijo César ejercieron el abadiazgo de dicho monasterio entre
1476 y 1498.
El monasterio cisterciense de Santa María de la Valldigna
corrió la misma suerte que muchos edificios y conjuntos arquitectónicos de esa
índole. Fue abandonado y expoliado después de la desamortización de Mendizábal.
Algunas partes fueron vendidas, otras se derribaron y otras acabaron siendo
usadas como almacenes y establos. Hoy se puede visitar gracias a la labor
restauradora de la Generalitat Valenciana, que lo adquirió en 1991 y que desde
entonces ha desarrollado una ingente labor por recuperar parte de su esplendor,
adquiriendo y trayendo de vuelta las arquerías góticas del palacio del abad (que
hasta hace poco estaban en una residencia privada de Torrelodones), realizando
excavaciones y reconstruyendo algunos de sus edificios principales.
Desde allí, después de un corto trecho, acérquense hasta Gandía.
Allí pueden y deben visitar el Palacio Ducal. Allí nació Francisco de Borja,
que no fue Papa pero sí general de los jesuitas y santo. Y de allí tuvo que
salir huyendo a los diez años de edad, cuando la revuelta social de las
Germanías triunfó en gran parte del reino de Valencia. La revuelta de las
Germanías duró poco y fue muy violenta. Algunos grandes nobles tuvieron que
refugiarse en los lugares más insospechados, como los señores de Orihuela, que
se refugiaron en el campanario de la catedral, otros tuvieron que huir con lo
puesto, mientras sus palacios eran saqueados e incendiados, y otros fueron
acorralados y murieron a manos de sus propios siervos. Pero con todo las
principales víctimas de la revuelta fueron los moriscos, hacia los que se
desvió rápidamente la agresividad del pueblo, y el mismo pueblo, que fue
masacrado sin piedad por los ejércitos de Carlos I y que luego fue perseguido
durante los meses siguientes por la Virreina Germana de Foix, que inició una campaña
de represión de los antiguos sublevados (o de los sospechosos de serlo) que se
concretó en numerosas ejecuciones públicas.
Las Germanías suponen un duro golpe para el Reino de
Valencia. La capital, que en los años previos era una de las ciudades más
importantes del mediterráneo, iniciará una lenta pero constante decadencia.
Cuando Valencia y su reino entran en el siglo XVI la situación es espléndida.
Tenemos un Papa valenciano, Alejandro VI, que otorga las bulas a los reyes
católicos que les permiten la ocupación legal de los inmensos territorios
americanos, recién descubiertos. Y precisamente de aquí, de Valencia, gracias a
Luis de Santángel, salió el dinero que financió la expedición de Colón. La
economía valenciana de la época, basada en el comercio mercantil por el
mediterráneo (como el de toda la zona costera de la corona de Aragón), gozaba
de tan buena salud que los comerciantes de valencia se permitieron la
construcción de la Lonja de la Seda, un edificio que hoy es Patrimonio de la
Humanidad. Era tal el orgullo de estos hombres que en la sala principal de la
lonja, la sala de las columnas, dejaron escrito el siguiente texto:
Casa famosa soy en
quince años edificada. Probad y ved cuan bueno es el comercio que no usa fraude
en la palabra, que jura al prójimo y no falta, que no da su dinero con usura.
El mercader que vive de este modo rebosará de riquezas y gozará, por último, de
la vida eterna.
Pero en la Lonja no sólo se comerciaba. También era la
sede de una institución muy moderna: el Consulado del Mar, una especie de
tribunal de asuntos marítimos y mercantiles que sólo existía en las principales
ciudades del mediterráneo y que fue antecedente del Consulado del Mar de
Barcelona, creado más de cincuenta años después.
El dinero desata la vanidad de los que lo tienen. Se
construyen palacios y grandes iglesias. Pero también se encargan cuadros y
esculturas. Los museos valencianos están llenos de obras del último gótico y
del primer renacimiento. Pero, además, el dinero también trae cultura. Y no es
casualidad que Valencia fuera una de las primeras ciudades del país en tener
imprenta. Así se difundirán las grandes obras del momento, que son precisamente
las grandes obras de la literatura valenciana, como los poemas de Ausias March
o el Tirant lo Blanc, un libro que por si sólo logrará que su autor, Joanot de
Martorell, tenga un lugar de honor ya no sólo en la literatura valenciana sino también
en la española. Un puesto que se ganó bien pronto con la inestimable ayuda de
Cervantes, que no dudo en salvarlo del fuego y, más aún, en considerarlo “el mejor
libro del mundo”. Del manuscrito original del Tirant lo Blanc por desgracia
sólo se conserva hoy una página. Pero Valencia, con su extenso casco histórico,
con sus museos, bibliotecas e instituciones culturales, ha conseguido salvar, a
pesar de los muchos episodios bélicos que ha sufrido, gran parte de un enorme
riqueza cultural y artística. Y por si fuera poco están sus playas. ¿Por qué
quién ha dicho que la cultura tenga que estar reñida con el descanso, el ocio y
el placer?
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