lunes, 30 de septiembre de 2013
EL MUNDO SEGÚN...
SHARLEEN SPIRETI (CANTANTE)
-El álbum trata sobre la edad adulta. Se basa en conversaciones con amigos. Esos momentos en que alguien te llama y te dice "necesito hablar", y viene a tu casa con una botella de vino y charláis sobre el matrimonio, los hijos (a los que quieres), la pareja (a la que aborreces)... De joven, jamás imaginas que acabarás conversando sobre estas cosas, que terminarás atrapada en una vida monótona, donde no puedes elegir, porque tus decisiones afectan a toda tu familia.
-No termino de entender la filosofía de las redes sociales. Si realmente te lo estás pasando tan bien, ¿por qué te paras y subes una fotografía? No me cuadra... El instante se esfuma si lo haces. Además, mi vida no es interesante. Instagram y Facebook son plataformas muy egocéntricas.
sábado, 14 de septiembre de 2013
PREGUNTAS Y RESPUESTAS: ANGÉLICA LIDDELL
(El País, suplemento S moda, nº 97, 27 de julio de 2013)
-¿Su familia va a ver sus obras?
-Qué va. Para gran parte de ellos soy una auténtica payasa. Tienen sus vidas, sus familias, sus casas con chimeneas de fuego artificial, sus hipotecas, sus planes de pensiones... El hombre medio es terrible. Lo conozco bien porque yo provengo de la clase media baja española y es deprimente.
-¿Por eso se refugio en la escritura? Pues sí. Era una manera de rebelarme. Que la niña leyera mucho era extraño. Me llevaban al psiquiatra para que no fuera más rara de lo normal. Pero basta para que quisieran poner freno a eso para que me entraran ganas de leer y escribir más.
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-En el escenario me quito máscaras y velos y rompo el pacto de la hipocresía social. En la vida hay que ser falso continuamente porque, si no, iríamos con unas pistoleras en las caderas (...) Uno sólo puede existir socialmente mintiendo. Sería insostenible siendo completamente honesto.
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-Le damos mucha importancia a la intelectualidad, cuando lo que nos hace sufrir, en el fondo, son nuestros objetivos sexuales y la carrera de obstáculos que significan. Todas las piedras que se interponen entre el amor y tú suponen una fuente de profunda angustia. El cuerpo tiene mucho que decir en la posibilidad del amor y vivimos muy a gusto negándolo. Dile a una persona de 180 kilos cuántas barreras hay entre 180 kilos y el amor. En el fondo, muchas veces lo que te hace sufrir es la piel y estar excluido de la cotización del mercado del sexo.
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-No tengo ninguna fe en eso del abuelito feliz. No me lo trago. Cuando tu padre está en el hospital y veas la gente con la que comparte planta, te vuelves incrédulo. Llegas al tope de decepción en el que te cuesta hacer un ejercicio de compasión. El sentimiento de piedad por los ancianos me trastorna. Me resulta insoportable ver la vejez en los demás y en mi propio cuerpo (...) El único camino que emprenden la fealdad y la vejez es la soledad, y eso es muy jodido.
viernes, 6 de septiembre de 2013
EL ESCRITOR GILIPOLLAS
Alfonso Vila
Francés
Permitidme
empezar diciendo que yo mismo me considero, muy modestamente, un escritor
gilipollas. Posiblemente nunca estaré a la altura de los grandes escritores
gilipollas de los que voy a hablar pero al menos mi experiencia personal me
capacita, aunque sea de un modo imperfecto, para entender la cuestión.
El cristiano se
redime por las obras, el escritor también, pero en este caso por sus obras
literarias. ¿Pero qué pasa cuando nos olvidamos de las obras y nos centramos en
el hombre? ¿Qué pasa si, aunque sea momentáneamente, borramos esas obras de su
biografía? ¿Qué nos queda? Pues muchas veces, me temo, un montón de defectos,
un catálogo de estupideces, una vida errática, confusa y lamentablemente perdida.
Veamos algunos
ejemplos…
Oscar Wilde, por
empezar con un caso muy evidente, se lo jugó todo a una carta. Pero no una
carta seria, de verdad, sino una carta falsa, una carta ridícula, de juguete,
una carta con la que no podía engañar a nadie: su prestigio literario, su
inteligencia, su sarcasmo, su vanidad. Con eso, puestos a enfrentarse con la
vida real, no se va a ningún sitio. Es como ir a la guerra con una pistola de
juguete. Te hacen pedazos en un momento. Al final, cuando ya todo estaba
perdido, Oscar Wilde comprendió que nunca había tenido la menor oportunidad de
salir vivo de ese juicio. En su largo lamento (“De profundis”), entre el
tufillo de vanidad y prepotencia que desprenden involuntariamente sus palabras
(muy lúcidas y sinceras, desde luego), él mismo llega a reconocer que ha sido
un imbécil como la copa de un pino. ¿Pero qué hace? Nada. No hace nada. Primero
porque ya no se puede hacer nada. Segundo porque él es escritor y no sabe vivir
de otra manera. Él no vive la vida, él la escribe. Y como él mismo confiesa:
“Ahora que conozco la vida ya no quiero escribir”. ¿Y qué hace un escritor que
ya no quiere escribir? Nada. Morir en vida. Un escritor que ya no quiere
escribir está acabado. Su vida puede que continúe, pero sólo desde el punto de
vista físico. Espiritualmente está muerto. Es un zombi. Se pasea, se mueve,
pero está podrido por dentro, en descomposición. Y pese a todo, aunque muera el
talento, el entusiasmo, la crítica satírica y lúcida, la capacidad para la
belleza, no muere la vanidad. Es curioso, un escritor zombi sigue siendo tan
vanidoso como siempre. Piensa que el mundo continúa necesitándole (en realidad,
eso es lo triste, el mundo no lo ha necesitado nunca). Piensa que su funeral
estará lleno de grandes multitudes anónimas desfilando con lágrimas ante su
tumba. Sí, un escritor, por bueno que sea, no puede aceptar la idea de la
inutilidad de su obra. Y por tanto no puede aceptar la idea del olvido de su
obra.
(leer artículo completo en Jot Down: http://www.jotdown.es/2013/09/el-escritor-gilipollas/ )
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