jueves, 8 de enero de 2015







(...) Lo que pasa con el final de la dinastía manchú me recuerda mucho el fin del Imperio otomano. Los occidentales hacen el papel de un «parásito bueno»: le chupan la sangre, pero a la hora de la verdad evitan que muera. No les interesa que muera, desde luego. Pero tampoco que esté fuerte y se pueda librar de ellos. Cuando los japoneses venzan a los chinos en 1895, serán los occidentales los que frenen a los vencedores. Los que salgan a defender a los chinos y obliguen a los japoneses a renunciar a gran parte de sus conquistas. Pero no lo harán gratis. No. China tendrá que pagar muy caro por la ayuda occidental, tendrá que ir cediendo territorios (y no solo a los ingleses, que hace ya tiempo tienen Hong Kong, sino a otras potencias como Alemania, o como Rusia, que está buscando un puerto como terminal del Transiberiano). Y cuanto más ceda a los europeos más débil será, y cuanto más débil sea más descontento estará su pueblo y más rebeliones contra los occidentales y contra el Gobierno habrá, y cuanto más débil más estará al acecho Japón y más veces tendrán que ir los occidentales a «sacarle las castañas del fuego» y más débil será el emperador. Y esto acaba como acaba, y casi podíamos decir que no podía acabar de otra manera: con una república.



LEER AQUÍ:


http://www.jotdown.es/2015/01/los-japoneses-los-chinos-y-el-demonio-blanco/


(todas las fotos de este blog son de A. V. F.)







UNA ENFERMEDAD (DEL ESCRITOR) MÁS EXTENSA DE LO QUE SE PIENSA...

Cuando conocí a Marco acababa de publicar mi décimo libro, Anatomía de un instante, aunque no estaba en un buen momento. Ni yo mismo entendía por qué. Mi familia parecía feliz, el libro era un éxito (...) Un día llegué a la conclusión de que la culpa de mi tristeza la tenía el libro recién publicado (...) A todas horas me repetía, como una consigna: "la realidad mata, la ficción salva". Mientras tanto combatía a duras penas la angustia y los ataques de pánico, me acostaba llorando, me despertada llorando, y me pasaba el día escondiéndome de la gente, para poder llorar (...) Decidí que la solución era escribir otro libro (...) [tenía 3 ideas]. Traté de escribir esas tres ficciones; con las tres fracasé. Un día mi mujer me puso un ultimatúm: o yo pedía hora con un psicoanalista o ella pedía el divorcio (...) La segunda conclusión era que mi vida era una farsa y yo era un farsante, que había elegido la literatura para llevar una existencia libre, feliz y auténtica y llevaba una existencia falsa, esclava e infeliz, que yo era un tipo que iba de novelista y daba el pego y engañaba al personal, pero en realidad no era más que un impostor.

Javier Cercas. El impostor.