sábado, 27 de febrero de 2016























Si no queréis leer esto, no lo leáis. En realidad todos los artículos de viajes sólo pretenden una cosa: incitar al viaje. Si no hacen que tengáis ganas de hacer la maleta y largaros a ese lugar del que os hablan, entonces no sirven para nada. Pero si con las fotos basta, entonces ¿para qué molestarse en leer el texto? Y yo espero que las fotos basten. Es decir, espero que estas pocas fotos sean suficientes para que más de un lector piense: ¿Y por que no Frómista? ¿Y por qué no el Canal de Castilla? ¿Y por qué no el Camino de Santiago? Con eso ya me doy por satisfecho. Pero, claro, las cosas no son tan simples. Las cosas no son nunca tan simples. Uno no puede ir a una ciudad desconocida, a un país desconocido, a una valle, una cueva, una playa desconocida y no tener la más mínima curiosidad, y esa mínima curiosidad se tiene que contestar con palabras. Por eso las fotos tienen que tener su continuación natural, que es el contar, aunque sea muy por encima, la historia de lo retratado. Y la historia de Frómista se resume en dos palabras: piedra y agua.
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(fotos de A. V. F.)





martes, 9 de febrero de 2016






¿Y qué hacemos con Casado? 

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Hay una novela, Cambio de Bandera, de Félix de Azua, que aborda muy bien el tema del nacionalismo vasco en la Guerra Civil. Si en la retaguardia ya había bastante lío entre hacer la guerra primero y la revolución después (idea comunista) o en hacer las dos cosas a la vez (idea anarquista), todo esto se complicó aún más con el problema nacionalista. Félix de Azua cuenta, y es un hecho cierto, que los altos hornos vascos no fueron destruidos para que no cayeran en poder de los nacionales, en lugar de esto se lo dejaron todo preparado para que los pusieran en funcionamiento nada más llegar. Pero historias hay muchas. Y hay muchas porque muchas familias vascas se pelearon con otras familias vascas, muchos dueños de empresas vascas se pelearon con otros dueños de empresas vascas, y eso es lo triste de todas las guerras, y más aún en una guerra civil, que mucha gente aprovecha para solucionar viejos rencores, para saldar viejas deudas, para acaparar herencias, para rapiñar riquezas y para dar rienda suelta a su ambición personal. Un ingeniero de la región, Andoni Sarasola, contó en un libro de memorias la historia de Ramón de la Sota y Llanos, un gran industrial vasco que lo perdió todo por “colaboración con la república”. Lo triste del caso no fue que los nacionales se quedaran con todo su dinero y todas sus empresas, sino que el ejecutor del robo (legal, pero robo), era su antiguo socio, ¿Y qué había hecho su antiguo socio en los años de la Segunda República? (...)



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